Qué son las casas encantadas? Por qué se llaman así?
Quizá, la misma energía de alguno de los habitantes de la casa haga estos fenómenos sin ni siquiera ser conscientes de ello, o quizá todo obedece a almas en pena que no han terminado de asimilar que ya no están en el mundo de los vivos, no lo sé, pero aquí os dejo varios ejemplos que la verdad ponen los pelos de punta.
CASAS ENCANTADAS:
El 27 de septiembre de 1934 la capital aragonesa se convirtió en el escenario de uno de los capítulos más conocidos e investigados dentro de la casuística poltergeist. El segundo piso del inmueble situado en la calle Gascón de Gotor número 2, residencia de la familia Grijalba y propiedad de Antonio Palazón, fue el lugar en donde un presunto duende se manifestó.
Los hechos se desarrollaron en la cocina, y más concretamente en el lugar que ocupa una hornilla de carbón, con una chimenea de tiro regulada por una ventanilla de registro de humos. Por esa “chimenea encantada” comenzaron a surgir unas voces de origen sobrenatural. El etiquetado por la prensa como “el duende de la hornilla” hablaba a los inquilinos del piso.
Pascuala Alcocer, la criada del hogar de los Palazón, no podía creer lo que estaba pasando. Las actuaciones del duende fueron creciendo y el 15 de noviembre de 1934 los vecinos de edificio, atemorizados por los sucesos y convencidos de que no se trataba de ninguna broma o fraude, interponían una denuncia en la comisaría de policía.
Entre los días 20 y 23 de noviembre los agentes de seguridad realizaron varios registros en el apartamento y en los pisos colindantes, pero jamás hallaron nada. La fama del “duende de la hornilla” se estaba convirtiendo en un problema. Una muchedumbre se reunía ante el edificio, alterando el orden público, y, al igual que quince años antes en la ciudad de Valencia, se tuvieron que tomar medidas drásticas.
El lance llegó a ser de tal magnitud que el rotativo británico The Times se hizo eco del mismo. El 27 de noviembre de 1934 publicaba una información que proyectó el incidente de forma internacional.
Un irónico duende, que habla por la campana de una chimenea, tiene sobresaltados estos días a los habitantes de Zaragoza, los cuales se afanan de dar con la pista de la misteriosa voz. Un arquitecto y varios obreros han sido requeridos para trabajar sobre el terreno: han removido todo el piso e incluso han levantado el tejado, pero los trabajos han sido totalmente infructuosos. La policía trabaja activamente. No se ha podido impedir que grupos estacionados frente a la casa se destacasen varias personas y se lanzaran al techo, presas de gran alteración nerviosa, para buscar al duende. La policía se ha visto obligada a desalojar varias veces la puerta de la casa.
El comisario jefe de vigilancia. Pérez, solicitó al juez Pablo de Pablos que se hiciera cargo del caso. El letrado ordenó un rastreo y la vigilancia permanente del edificio, aparte de organizar una comisión médica para investigar este episodio. Los doctores Penella Murt y Rost Ojer serían los encargados de identificar a los presuntos responsables del extraño fenómeno.
Las brigadas municipales levantaron el suelo de la cocina y buscaron mecanismos ocultos que hicieran posible la voz del duende…, pero no hallaron nada.
En el atestado oficial de aquella redada en busca de lo insólito, los magistrados y forenses solo pudieron certificar que la sirvienta, la persona a la que inicialmente apuntaban como causante del burdo fraude, no era responsable de las manifestaciones:
No descubrimos en ella fabulaciones -dictaminó la comisión médica-, tendencia a la mentira ni simulación. Alejada la muchacha de la cocina, continúan dejándose oír la voz. No podemos probar siquiera que se trate de una histérica, ni tampoco de una médium. Tanto la policía como los fontaneros, electricistas y albañiles han hecho diversas inspecciones, no habiendo encontrado instalación alguna que conduzca a la voz fantasmal.
Diferentes periódicos nacionales, seguramente motivados por una sana rivalidad con su colega británico, como Crónica o La Nación, comenzaron a analizar amplias crónicas del “duende de la hornilla”. En sus páginas se daba cumplida información de los mensajes que lanzaba la enigmática voz. Frases como: “¡Ya estoy aquí!” o “Ya estoy aquí. Cobardes. Cobardes.”
Pero quizás el aspecto más espectacular de las manifestaciones del duende fueron las “conversaciones” que mantuvo con los agentes de seguridad durante una de las redadas:
Policía: ¿Quién eres?, ¿Por qué haces esto?, ¿Quieres dinero?
Duende: No.
Policía: ¿Quieres trabajo?
Duende: No.
Policía: ¿Qué quieres hombre?
Duende: Nada. No soy hombre.
El asunto fue literalmente censurado por las autoridades políticas de la época. No se encontraba explicación alguna al fenómeno y, ante esta situación de impotencia, el gobernador civil de la provincia de Zaragoza, Otero Mirelis, emitió el siguiente comunicado:
Son ya muchos los días que se está tratando la cuestión del duende, sin que se haya puesto la menor dificultad a la exposición de las más variadas noticias y comentarios, que no han tenido otra virtualidad que la de colocar a Zaragoza en un plan de actualidad, no sabemos si beneficioso o perjudicial.
Al objeto, pues, de evitar ridículos y situaciones poco gratas, creo que será prudente y necesario silenciar el asunto hasta que la policía descubra al que, con sus espaciadas monosílabas frases, ha llegado a atraer la atención del país y tal vez preocupar a algunas personas. Confío en que muy pronto hemos de conocer al chusco y que así desaparecerá la infundada inquietud que este hecho haya podido despertar, y por ello ruego a la prensa atienda mi indicación.
A las pocas semanas, un nuevo juez entraba en escena. El magistrado del Juzgado de Instrucción número2, Pablo de Pablos, cedía la investigación al letrado Luis Fernando, juez municipal del Distrito 3, y este retomaba las pesquisas acompañado por el doctor Gimeno Riera.
La autoridad emitió su veredicto final el día 3 de diciembre de 1934:
Primero quise oír la misteriosa voz. Las experiencias realizadas demuestran con absoluta claridad que la voz es debida a un fenómeno psíquico que únicamente se produce en determinadas circunstancias. En la cocina de la casa nos encontrábamos la muchacha de servicio de los antiguos inquilinos, dos testigos y yo [...]. Bajo el punto de vista científico no puede ser más interesante y sugestivo, pues aunque no es el primero que se produce, son muy contados los que se registran en la historia médica. Las actuaciones practicadas serán archivadas hoy, por no haberse encontrado persona responsable de la falta. El misterioso suceso ha quedado totalmente aclarado..
Sin duda fue el carpetazo definitivo para cerrar el caso por parte de las autoridades. El segundo expediente forense apuntaba a la sirvienta como sospechosa de ser responsable de la voz. Pero ¿cómo fue posible que el “duende de la hornilla” se manifestara en su ausencia y con el edificio desalojado?
Ni Pascuala Alcocer, que tras la sentencia fue desterrada a su ciudad natal, ni ninguna otra de las personas del inmueble podían ser los responsables. Todo se orquestó de una forma predeterminada para acabar con un asunto que molestaba a las autoridades.
En diciembre de 1934 el duende desapareció. Y su última comunicación fue aterradora: “¡Voy a matar a todos los habitantes de esta maldita casa!, ¡Cobardes, cobardes, voy a matar a los habitantes de esta maldita casa!”
Hoy, transcurridos más de sesenta años, en el mismo lugar donde se desarrollaron los inexplicables fenómenos que han configurado uno de los casos más conocidos y divulgados de la fenomenología poltergeist en España, existe un bloque de apartamentos llamado edificio Duende.
Los fantasmas del anticuario
Al final de la década de los noventa, en un anticuario de Madrid se produjeron una serie de acontecimientos de extraña explicación. Decenas de personas fueron testigos y sufrieron en sus propias carnes los fenómenos que allí acontecieron.
En una tienda de antigüedades de Madrid se producen fenómenos paranormales. Un anticuario de Madrid padece desde hace tiempo fenómenos paranormales en su local situado en la calle Marqués del Monasterio, en el distrito Centro de Madrid. Según declaró el propietario de la tienda, Noel, a una emisora de radio: “una de las cosas que más suceden es que se caigan objetos sin que nadie los toque. A veces se ven figuras, otras veces son ruidos, reales, y luego, sin embargo, no hay nada que los justifique”.
Con estas palabras comenzaba Cristina Rovirosa, locutora de la cadena de radio Onda Cero, el informativo de las ocho de la tarde del 11 de febrero de 1999. Una redactora de esta emisora acababa de filtrar la noticia de los extraños episodios que se estaban produciendo en un comercio de la capital.
El grupo de investigación paranormal HEPTA y otros expertos en la materia no tardaron en personarse en el local para comprobar y realizar las investigaciones pertinentes sobre los fenómenos que allí sucedían.
Todo el local, abarrotada de objetos y antigüedades, desprendía un aura casi mística que trasladaba a otras época de la historia. Ángela, copropietaria del negocio, relataba los sucesos a los investigadores.
“Todo comenzó en marzo del pasado año, Noel me comentaba en forma jocosa – aquí hay fantasmas. Y efectivamente, comenzaron a pasar cosas”. Y es que desde que se pusieron al frente del establecimiento, situado en la madrileña calle Marqués del Monasterio, número 10, ya nada es normal en su vida diaria.
Ángela continuaba contando:
“Las lámparas comenzaron a moverse solas. Por ejemplo, los adornos cristalinos que cuelgan de ellas aparecían en otras habitaciones. Saltaban delante de tus ojos o directamente se rompían. Se abrían solos los grifos, a veces parecía como si se cayera una vajilla contra el suelo y muchas otras surgía un olor a podrido que se transformaba en un aroma a rosas increíble. Surgía por las habitaciones e impregnaba algunos muebles. Olía a pelo quemado dentro de uno de los armarios.”
Los fenómenos fueron aumentando en agresividad y frecuencia. Los primeros testigos de excepción fueron los alumnos de las clases de restauración que se imparten en la parte trasera de la tienda. Pero antes de que personas ajenas a ésta pudieran presenciar estos sucesos, Ángela, y especialmente Noel, vivieron experiencias extraordinarias.
“Estábamos un día organizando la tienda. Encima de la mesa teníamos un velón y de repente se encendió solo. En otra ocasión Noel tiró a la basura una cabeza de carnero porque parecía cobrar vida. Después de tirarla a la basura la encontramos en la puerta del local. A partir de ese día la hemos escondido.”
El estupor de los propietarios les llevó a contar a sus amigos más allegados lo que estaba ocurriendo.
“Había días que cerrábamos la tienda y veníamos a ver qué pasaba. Siempre a la misma hora se desencadenaban los acontecimientos. Estando con unos amigos en la salita principal comenzaron a caernos unos trocitos de madera como carcomida y húmeda.”
Al concluir el verano, la violencia aumentó de forma alarmante incluso ante los conocidos de Ángela y Noel.
“Recuerdo una noche que cerrábamos la tienda. Nos fuimos a cenar y volvimos para ver si había pasado algo. Cuando entramos, los vasos con agua que dejamos para mantener la humedad de la madera de los muebles salieron despedidos contra unas esculturas romanas”.
A partir de ese momento los incidentes empezaron a hacerse permanentes y los clientes comenzaron a presenciar las extrañas escenas.
“¡Tú no sabes qué vergüenza! […]. Llegaba un cliente, le enseñábamos algunas piezas y empezaban a caer objetos. Se iban despavoridos. Nos inventábamos mil excusas pero no podían creernos“.
Los fenómenos, con el tiempo, fueron reduciendo su intensidad hasta prácticamente desaparecer. Según se cuenta, anteriormente vivía en ese lugar un abogado que murió abrasado al provocarse un incendio por culpa de un cigarrillo en la cama. Los investigadores aseguraron que éste lance no tenía nada que ver con los sucesos de la tienda de antigüedades. Un típico caso de psicoquinesia espontanea recurrente, más conocido como poltergeist, producido probablemente por una de las personas presentes. Con la salvedad de que, según testimonios de vecinos y del propio conserje, durante las noches, con el local cerrado, se escuchaban charlas y ruidos como si allí hubiese alguien trabajando…
Hoy en día, todos los interrogantes continúan abiertos sobre lo que ocurrió en realidad en ese lugar.
Unos duendes peculiares
Madrid, ciudad milenaria preñada de historia y de historias que alguna vez ocurrieron y que allí quedaron, impregnadas en los muros de piedra de edificios recios y señoriales. Historias que con el tiempo se convirtieron en leyendas, mezclando realidad y ficción en esa nebulosa increíble de recuerdos de antaño que, en las noches frías, se confunde con la niebla de callejuelas oscuras, apenas iluminadas por la macilenta luz de las farolas y quién sabe si por el fugaz resplandor de las sábanas de algún fantasma.
Conozcamos hoy una de las leyendas más curiosas y divertidas que se pueden encontrar en la capital española. La conocida como la leyenda de la Casa del Duende.
La Casa del Duende estaba situada entre las calles Duque de Liria, Mártires de Alcalá y la plaza Seminario de Nobles. Esta casa, al igual que otras muchas de la época, fue construida en las primeras décadas del siglo XVIII por orden del rey para ser arrendada a sus criados, lacayos y personal de confianza. La casa pasó por varias manos, hasta que fue alquilada por unos hombres que la utilizaban por las noches como centro de reunión para juegos y grandes apuestas de dinero.
Fue entonces cuando una noche se originó una discusión entre varios de ellos y de repente se abrió una puerta interior y apareció un hombre bajito muy barbudo que les impuso silencio. Al principio se callaron pues estaban todos desconcertados con la aparición de aquel duende misterioso, pero cuando terminaron de indagar quién podía ser y cómo podía haberse colado en la casa, como quiera que fuera la cosa volvieron a enzarzarse en la discusión que habían suspendido. Sin saber cómo ni de dónde salieron, media docena de enanos armados con garrotas se abalanzaron sobre los jugadores y los golpearon. Los hombres salieron huyendo y nunca más volvieron al lugar.
Tiempo después, la casa fue comprada por doña Rosario de Benegas, marquesa de Hormazas, que se instaló en la segunda planta. Andaba la marquesa todavía con el traslado e intentando adecuar la decoración a sus gustos, cambiando cortinajes y demás detalles, cuando echó en falta un cortinón y una imagen del Niño Jesús en su cuna que había traído de su anterior domicilio. Enfadada por el extravío, se encontraba la marquesa dando una buena reprimenda a sus sirvientes cuando, de forma sorpresiva, entró en la habitación un enano con la imagen del Niño Jesús en sus manos y, tras éste, cuatro enanos más portando el cortinón que le faltaba. La marquesa no tardó ni dos días en poner pies en polvorosa, poniendo la casa a la venta sin tan siquiera haber vivido en ella.
La casa quedó deshabitada durante un tiempo, como en otras ocasiones entre compra y compra hasta que se instaló en ella don Melchor de Avellaneda, un canónigo de Jaén. Un buen día, cuando escribía al obispo de su diócesis para pedirle cierto libro del padre Tineo que necesitaba para sus sermones, justo antes de rubricar la carta, levantó la vista y vio asombrado como ante él aparecía un enano vestido con un traje de monaguillo que portaba en sus manos el libro que en ese mismo momento estaba pidiendo al obispo.
En esta ocasión, en lugar de salir corriendo, don Melchor se dedicó a buscar y rebuscar el lugar por donde había venido y por donde había desaparecido el misterioso duende, pero la búsqueda fue infructuosa. El canónigo decidió obviar el hecho, pero pocos días después se disponía a dar misa en el convento de los Afligidos y necesitaba una vestimenta apropiada al día, ordenando a un paje que fuera a la casa a buscarla. El paje, con la vestimenta bajo el brazo y cuando se disponía a cerrar la puerta de la casa para volver al convento, oyó en el interior una vocecilla curiosa que dijo: “No es ése el color de este día, vuelve a por los ornamentos que corresponden”. El paje se dio la vuelta lentamente y vio la figura de un enano burlón que rápidamente desapareció como el viento. Le contó lo ocurrido al clérigo jurando que no volvería a esa casa y don Melchor, parece ser que un tanto harto de tanto enano, decidió también abandonar el lugar.
El canónigo cedió la casa a Jerónima Perrin, una lavandera que vivía en el piso de arriba, hasta que acabase el contrato de alquiler o hasta que encontrara un piso donde alojarse. Cierto, día la mujer sedisponía a lavar unas mantas propiedad de la marquesa de Valdecañas. Hecho esto, y como era costumbre en las orillas del Manzanares, dejó la ropa oreándose al sol y al viento. Se fue a casa a comer con la intención de volver más tarde a recoger la ropa, pero cuando estaba en casa se desató una terrible tormenta que le impidió salir a por ella. Mientras miraba por la ventana de la buhardilla imaginando el enfado de la marquesa, que necesitaba la ropa para esa misma noche y a la que se conocía por su mal carácter, escuchó un portazo en el portal de la casa. Al bajar, se encontró con tres enanos empapados que portaban una cesta enorme con toda la ropa. Se dice que la lavandera, que había escuchado ya todos los rumores sobre los pequeños duendes, abandonó la casa ese mismo día.
Las historias habían llegado al Santo Oficio, quizás por los aportes clérigo. Así que la Inquisición se puso manos a la obra con el ánimo de expulsar a los demonios del lugar.
Se tomó declaración a varios testigos y se realizó una minuciosa búsqueda por todo el inmueble, hasta el último rincón, desde la cueva del sótano hasta la buhardilla que habitó la lavandera. Pero no se encontró nada ni a nadie. por ello comenzaron a pensar en espíritus diabólicos, y por orden inquisitorial, un día al atardecer, se presentó frente a la casa una comitiva religiosa presidida por el obispo de Segovia. Llevaban enormes velones, agua bendita y mucha sal. El obispo vertió sobre las paredes muchos litros de esta agua que él mismo había bendecido y muchos kilos de sal, y pronunció centenares de rezos y aleluyas con los que dio por concluido el supuesto exorcismo.
Según algunas versiones de la leyenda, los vecinos del pueblo se dirigieron a la casa con picos para derribarla; ésta, poco tiempo después, fue incendiada y cayó en el olvido. Pasaron muchos años, y, según se dice, las gentes de repente vieron abrirse una trampilla muy disimulada entre los escombros de la parte del sótano y cómo de ella salían nueve enanos, de los que se cuenta que eran falsificadores de moneda y que utilizaban la noche para salir a distribuirla.
Otra versión cuenta que, tras muchísimos años, la casa se derribó para construir el inmueble que hay hoy allí, y que los obreros, cuando llegaron a ala parte del sótano, del que desconocían su existencia, encontraron a nueve enanos demacrados entre un montón de máquinas para falsificar dinero. Según un acta de la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando, que estudia la arquitectura del edificio, se asegura que la moneda que falsificaban en el edificio eran doblillas de oro del Brasil y que todo fue un montaje de estos pillos que se inventaron una farsa en la que involucraron a varios enanos para atemorizar a los inquilinos y que les dejasen falsificar en paz.
Fuese como fuese, no cabe duda de que esta es una de las leyendas de Madrid más rocambolescas que podemos encontrar, con enanos, la inquisición y hasta el mismísimo Fernando VI involucrados en ella.
¿El lugar más encantado de Inglaterra?
El 10 de julio de 1929 el rotativo británico Daily Mirror publicaba la exclusiva. En una rectoría situada entre los condados británicos de Essex y Suffolk se estaban produciendo toda clase de fenómenos paranormales.
“Figuras fantasmales de cocheros decapitados – afirmaba el periodista V.C.Wall en la crónica – , una monja, una carroza tirada por dos caballos bayos que aparecía y desaparecía misteriosamente, pisadas en habitaciones vacías […]”.
La noticia sobre el embrujamiento del rectorado Borley, un edificio de dos plantas de ladrillo rojo y 23 habitaciones de estilo victoriano, corrió como la pólvora por todo el país y el editor del Daily Mirror decidió ponerse en contacto con el parapsicólogo Harry Price ante la inusitada repercusión que había producido el incidente.
Harry Price, miembro de la Society Psychal Research y fundador de la National Library of Psychal Research dependiente de la Universidad de Londres, acudió al enclave endemoniado y comenzó a recabar toda la información. Los primeros resultados sobre la mansión Borley fueron espectaculares. El paraje contaba con un extenso y trágico pasado marcado por la muerte e insólitos incidentes enigmáticos.
Según diferentes estudios históricos aquel solar había sido durante el siglo XIII el punto donde se asentaba un convento en el que se produjeron varios crímenes. El asesinato, más concretamente de una pareja de eclesiásticos, de un sacerdote del monasterio y una monja del claustro de Bures, situado a 13 kilómetros de distancia, que tras un apasionado romance intentaron huir y dar un giro de 180 grados a sus vidas.
El final, como suele ocurrir, tuvo un desenlace fatal. Fueron capturados y ejecutados cruelmente: a él la decapitaron y a ella la emparedaron en los muros del inmueble.
Fue tras estos lóbregos lances cuando empezaron a sucederse las apariciones, según los observadores, de una figura fantasmal vestida con hábitos religiosos.
E.D. Bull, sacerdote artífice de la construcción en 1863 y primer inquilino, no se vio afectado por las leyendas en un principio. Pero con el paso del tiempo el misterio fue transformándose en una realidad diaria.
Durante los 65 años en los que la familia Bull estuvo en la rectoría, desde 1863 hasta 1927, se produjeron una extensa lista de hechos inauditos. Experiencias y manifestaciones que fueron corroboradas por vecinos de las localidades colindantes.
Pero todo “estalló” cuando el sacerdote Eric Smith se instaló en la mansión y dio a conocer a los periodistas del Daily Mirror la extraña casuística que estaba padeciendo.
Los fenómenos que se producían eran muy variados: el inexplicable tintineo de las campanillas y los timbres, la observación de una figura luminosa ataviada con vestimenta de monja por el jardín, el característico movimiento de objetos, sonidos de pasos por las habitaciones, las llaves de las puertas saltaban de las cerraduras, volaban piedras desde el tejado e incluso se pudieron escuchar gritos desgarradores y el paso de carruajes inexistentes por los alrededores del lugar.
Harry Price, a los tres días de su primera visita y desbordado por los acontecimientos, decidió organizar una sesión de espiritismo para intentar esclarecer el enigma. En el experimento participaron el reverendo Smith, su esposa, una médium y el propio investigador. El resultado terminó de sembrar el desconcierto: el espíritu del sacerdote Henry Bull, antiguo regente y constructor del edificio, informó sobre el truculento pasado del lugar.
Una semana después de la prueba el párroco Smith y su mujer abandonaron definitivamente la casa. La fenomenología había llegado a tal punto de agresividad y violencia que era imposible vivir allí y Price tuvo que abandonar sus análisis.
Transcurrió un año hasta que la rectoría fue habitada de nuevo. Esta vez por el clérigo Lyonel Foyster, primo del fallecido reverendo Bull, y su mujer, Marianne.
Durante los primeros meses reinó la paz, pero todo cambiaría repentinamente… los timbres volvieron a sonar, las campanas a tañir, se escuchaba el arrastrar de cadenas, se materializaban relojes, monedas y, lo más espectacular, comenzaron a aparecer mensajes escritos en las paredes. Unas misivas presuntamente realizadas por entidades del más allá en las que de una forma desgarradora pedían auxilio, como “Por favor, ayuda… Marianne” o “No puedo entender, dime más”.
Foyster y Marianne volvieron a requerir los servicios del parapsicólogo Price. Esta vez acudió junto con dos de sus empleados y un equipo móvil compuesto por cámaras fotográficas, cintas métricas, polvo para impresionar huellas, un cámara cinematográfica de 16 mm, filtros luminosos y acústicos, varios instrumentos de medición térmica, etc.
Durante el trabajo de campo que se efectuó aumentaron los mensajes. Parecían ser crípticos. Encerraban algún tipo de información especial. Y de entre todos, uno de ellos, de carácter profético y apocalíptico, marcaría los designios del caso: “Esta casa será pasto de las llamas”.
Los fenómenos asediaban a una inocente Marianne, que empezó a sufrir una fuerte alteración psíquica debido a la situación, motivo por el cual el matrimonio abandonaría la casa definitivamente en 1935.
La rectoría Borley, de nuevo, quedó desamparada. Nadie parecía poder habitar entre sus muros.
Harry Price aprovechó esta circunstancia para promover nuevos experimentos. El investigador psíquico alquiló el caserón, concretamente desde el 19 de mayo de 1937 hasta finales de 1938, y puso un anuncio en el rotativo The Times en el que se solicitaba voluntarios para el estudio de los fenómenos paranormales de la abadía.
“Se buscan personas – rezaba la petición publicada en el periódico británico – responsables, inteligentes, intrépidas, críticas e imparciales para realizar turnos de observaciones en una casa. Si no saben nada sobre investigación psíquica, mejor”.
La respuesta fue todo un éxito. Fueron reclutadas un total de 48 personas. Todos ellos permanecieron en Borley por espacio de un año y medio y durante este tiempo todos los inquilinos fueron testigos de lo insólito.
El 27 de febrero de 1939, el capitán W.H.Gregson, posterior morador, se encontraba en la biblioteca del caserón cuando una lámpara de aceita se estrellaba contra el suelo de forma inexplicable. Las llamas se extendieron rápidamente por el inmueble y el fuego devoró toda la mansión.
¿Se cumplió la profecía realizada años atrás y rubricada en los muros? Parece ser que sí. Pero la historia de Borley continuó a pesar de su desaparición.
Durante la demolición del edificio, el cual quedó prácticamente derruido a causa del incendio, varios obreros aseguraron haber observado extraños portentos entre las ruinas del inmueble y se descubrieron restos óseos. ¿Corresponderían aquellos huesos a la monja emparedada siglos atrás?
No lo sabemos a ciencia cierta, pero de lo que no hay duda es sobre las aterradoras manifestaciones que los empleados en el derribo pudieron vivir. Episodios que hicieron nuevamente poner de actualidad a Borley, ya que un reportero del periódico Life, mientras realizaba un reportaje gráfico de las obras, pudo captar en una fotografía el presunto vuelo de un ladrillo entre los cimientos de la mansión desvencijada. Todo un documento.
Harry Price cerró definitivamente el caso tras dar cristiana sepultura a los macabros restos hallados en ruinoso sótano. Y todas sus conclusiones fueron recogidas en dos gruesos libros: el primero publicado en 1940 bajo el título The most haunted house in England (La casa más encantada de Inglaterra) y el segundo, The end of Borley rectory (El fin de la rectoría Borley), editado en 1945, tres años después del fallecimiento de Price.
Nadie parecía dudar dela odisea fantasmal. Pero en 1956 el enduendamiento de la rectoría Borley y las investigaciones que allí se realizaron fueron puestas en entredicho. Dos miembros de la Society for Psychal Research (SPR), Charles Hope y Henry Douglas, solicitaron una revisión de los trabajos de Harry Price.
El comité de la SPR accedió a la petición de los eruditos paranormales y comenzó la fiscalización de toda la documentación existente sobre el caso que se encontraba en la Universidad de Londres.
Tras cinco años de estudio los resultados fueron publicados bajo el título The haunting of Borley rectory (El encantamiento de la rectoría Borley) en 1956.
En opinión de Hope y Douglas, muchos de los fenómenos que se produjeron en caserón religioso fueron fraudulentos. Es más, aseguraron que detrás de muchos de los presuntos incidentes poltergeist se encontraba Price, pese a que los fenómenos ya se habían denunciado mucho antes de que Price pusiese allí sus pies por primera vez.
Borley resistió estoicamente los envites de la comunidad parapsicológica más escéptica. Primero con la publicación en 1973 de la obra The ghosts of Borley: Annals of the haunted rectory (Los fantasmas de Borley: Anales de la rectoría encantada) realizada por Peter Underwood y el doctor Tabori, y en la que se reafirmaba las serias y metódicas investigaciones realizadas por Harry Price, y posteriormente, en 1974, cuando un equipo del Grupo de Investigaciones Parapsicológicas de Enfield, encabezado por Ronal R. Russel, retomó las investigaciones, esta ve vez en la iglesia colindante a la antigua abadía, las cuales determinaron que seguían produciéndose extraños fenómenos en el recinto.
La comisión científica dirigida por Russell, y compuesta por los ingenieros Frank Parry y John Fay, ratificó la existencia de una fenomenología paranormal en Borley:
“Hemos grabado –explicaba el informe de los estudiosos- cientos de ruidos extraordinarios, pisadas, golpes y demás. En una ocasión localizamos un centro de perturbación cerca del sepulcro Waldegrave; era tangible, como un torbellino de energía. Cuando se pasaba la mano por él, se sentía una especie de cosquilleo, como el que produce la electricidad estática. En otra ocasión llegamos a escuchar un profundo gruñido”
Y es que, como afirmó Harry Price, Borley, ha sido, es y será, el lugar más encantado de Inglaterra.
Expediente Rosenheim: el gran caso
El caso poltergeist de Rosenheim fue, sin lugar a dudas, uno de los más famosos del pasado siglo. Corría el año 1967 cuando en un bufete de abogados de la calle Konigtrasse de Rosenheim, en Alemania, comenzaron a ocurrir sucesos extraños. Bombillas que estallaban, lámparas que se balanceaban solas, teléfonos que realizaban llamadas sin que nadie los tocara…
Todo comenzó con el mal funcionamiento de los teléfonos. Los empleados se quejaban de unos extraños “chasquidos” que se producían durante las conversaciones, interferencias extrañas que en muchas ocasiones precedían el corte de la línea. En otras ocasiones sonaban todos los teléfonos al unísono y al descolgar no había nadie al otro lado de la línea.
Johannes Engelhard, encargado del despacho, se puso en contacto con Siemens, la compañía que había instalado la centralita, para que arreglara el desaguisado. Durante varias semanas, los técnicos de Siemens revisaron todos los equipos y conexiones sin encontrar desperfecto alguno, pese a ello, cambiaron toda la instalación.
A las pocas semanas, los problemas con las líneas volvieron a reproducirse de nuevo acompañados de unas facturas telefónicas desorbitadas. El bufete decidió cambiar de compañía telefónica e instalar junto a la centralita dos contadores para registrar todas las conexiones de ésta.
Los lectores de llamadas comenzaron a registrar marcaciones extrañas a un número de información horaria que sucedían en las primeras horas de la mañana y que se sucedieron durante varios meses.
En cinco semanas – explicó Herr Adam(dueño del bufete)- el número fue marcado entre quinientas y seiscientas veces. Un día fueron ochenta veces. Yo estaba furioso con la compañía telefónica. Pensé en fundar una asociación para la protección de usuarios.
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El 20 de octubre un fluorescente del despacho sufrió un súbito apagón, cuando el electricista fue a sustituirlo comprobó que el tubo se había retorcido sobre si mismo antes de fundirse. A partir de este punto, los trabajadores del despacho Adam sufrieron una serie de acontecimientos aterradores e inexplicables. Ruidos extraños de procedencia desconocida recorrían todo el inmueble. Las luces se apagaban y encendían a su antojo con bajadas de tensión sin explicación aparente, pequeños objetos salían volando en el momento más inesperado, cuadros que giraban sobre sí mismos, cajones que se abrían, portazos…
De nuevo los electricistas revisaron toda la instalación en busca de una explicación para los sucesos. Estos mismos electricistas pudieron ver, mientras revisaban la instalación, como algunos de los tubos fluorescentes giraban y se desenroscaban solos. La desesperación de los abogados fue en aumento requiriendo la presencia del gerente auxiliar de la empresa estatal alemana de electricidad Elektrizitatswerk, para que investigase lo que allí ocurría.
Se cambiaron cableados y fusibles, se renovaron todas las unidades telefónicas e incluso se cambiaron todos los fluorescentes por bombillas. Herr Adam, que ya sospechaba que allí había algo más que un problema eléctrico, solicitó la ayuda del prestigioso doctor Hans Bender, del Instituto de Parapsicología de la Universidad de Friburgo. Bender, junto a un equipo de 40 personas entre los que había científicos y físicos de distintas especialidades, comenzó a principios de diciembre el estudio del caso.
Se instaló un equipo técnico para medir las distintas fluctuaciones del voltaje y los campos magnéticos, también se controlaron los cambios de temperatura y los niveles acústicos e incluso de ultrasonidos y se instaló un controlador más potente para hacer un seguimiento de las llamadas telefónicas. Tras el estudio, el Instituto de la Universidad de Friburgo dictaminó el siguiente informe rubricado por el doctor Hans Bender:
1 – Los fenómenos existen, han sido observados y detectados por los instrumentos de medida.
2 - No existen alteraciones magnéticas observadas que produzcan los fenómenos.
3 – No se detecta ningún campo electrostático intenso que produjera los fenómenos.
4 – Se producen variaciones de tensión que no proceden de alteraciones de la central transformadora.
5 – No se registran fuentes ultrasónicas ni infrasónicas.
6 – No se detecta ninguna manipulación fraudulenta.
7 – Los fenómenos observados desafían las leyes conocidas.
8 – La manifestación de los fenómenos es el resultado de una fuerza aperiódica y de breve duración.
9 – Los fenómenos son dinámicos y actúan sobre las masas.
10 – Los fenómenos se manifiestan controlados por fuerzas inteligentes.
Los fenómenos continuaron durante los siguientes meses, con muebles que se movían de un lado a otro y descargas eléctricas que los trabajadores sufrían cuando entraban en contacto con máquinas de escribir, etc.
La investigación de Hans Bender relacionó, tras la observación constante de la casuística, a una joven empleada del bufete con los fenómenos paranormales que allí se sucedían. La empleada, Anne Marie Schnabel, auxiliar administrativa, siempre se encontraba presente en el despacho cuando se desarrollaba el poltergeist. La joven realizó distintas pruebas que demostraron que poseía unas capacidades Psi realmente espectaculares.
La pobre Anne, que causó de forma inconsciente todos los sucesos, fue despedida y los fenómenos poltergeist cesaron el mismo día en el que ella abandonó el despacho de la calle Kognigtrasse.
Raynham Hall y el fantasma de Dorothy
19 de septiembre de 1936, los fotógrafos Indre Shira y Provand, visitan la mansión Raynham Hall, en el condado de Norfolk (Inglaterra), para realizar un reportaje fotográfico de la villa encargado por la revista Country Live. Mientras van realizando tomas de distintos lugares de la mansión bromean sobre las antiguas leyendas que hablan de los fantasmas de ésta casa, sin saber que están a punto de tomar la fotografía paranormal quizás más famosa de la historia.
Poco o ningún interés tenían en cerciorarse si existían o no los fantasmas, como tampoco acudían allí para perseguirlos y dar fe que realmente existían. Como auténticos profesionales, se limitaron a realizar su tarea prioritaria: fotografiar tanto los exteriores como los interiores de Raynham Hall para la revista “Country Life”, centrándose en el interés arquitectónico e interiorista de la mansión del siglo XVII.
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Raynham Hall
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Hacia las 16h00, se encontraban ambos terminando la ronda fotográfica de los pisos superiores, fijándose en la emblemática y majestuosa escalera de roble que unía la planta baja a la planta noble. El Capitán Provand se preparaba para hacer la foto con la cámara junto con Indra Shira, sosteniendo éste el flash con el brazo alzado, en el último escalón inferior del tramo. De pronto, Shira se sobresaltó:
-¡Dios mío! Provand…. ¡allí hay algo!
Provand no lo entendió y pensó que hablaba de la belleza de aquella escalera y, haciendo caso omiso a la advertencia, colocó el ángulo de tiro listo para el disparo.
Shira afirmaría posteriormente haber visto una forma etérea bajar por aquella suntuosa escalera de roble, dirigiéndose hacia ellos; pensó, de buenas a primeras, que se debía tratar de alguna broma pesada, pero aquello no podía ser, teniendo en cuenta el inmenso respeto que se tenía a la leyenda de los fantasmas de Raynham Hall.
Aseguraría que aquella forma etérea flotaba a escasos centímetros de los escalones y que se dirigió hacia ellos, convenciéndose de que aquello no podía ser otra cosa que un espíritu…
Por reflejo profesional, Shira apretó el obturador del flash cuando aquel espíritu flotante estaba a mitad de camino de ellos, y luego le entró la risa nerviosa. Provand sacó la cabeza de debajo del manto de la cámara para mirar a su alrededor, y se extrañó de que Shira hubiese disparado el flash sin esperar a su señal. Provand no había visto nada de nada en el objetivo de la cámara… nada más que la escalera.
-¡No lo creerás, Provand, pero en la cámara tienes la fotografía del fantasma de Raynham Hall! espetó Shira, sin dejar de reirse nerviosamente.
Provand se convenció que su socio había momentáneamente perdido la cabeza por culpa del silencio y del lúgubre ambiente del caserón. Pero una vez en el coche y de vuelta a Londres, Shira le apostó cinco libras de que, cuando se revelase la foto, no solo se vería la escalera.
Para acabar con la tontería de su socio, Provand no esperó al día siguiente para ir al laboratorio. Decidieron ambos abrir las oficinas, aún pasada la hora del cierre, y revelar las placas para así dar por terminada la apuesta y embolsarse las 5 libras de Shira.
Shira buscó a una tercera persona, un testigo presencial para que viera con sus propios ojos la evolución del revelado. Echaron mano de un contable que, en ese momento, iba a marcharse; mediante un par de libras e insistentes ruegos, el contable aceptó el papel de testigo y contempló cómo la placa era colocada en la solución fijadora directamente desde la cámara.
El contable en cuestión aseguraría posteriormente: “Si no hubiese visto toda la operación desde un principio, jamás lo hubiera creído!”
Ante los asombrados ojos de los tres hombres, fue apareciendo lentamente la escalera de Raynham Hall y… en la misma fotografía, una figura alta, etérea de una mujer vestida con ropas blancas y largas, sin facciones discernibles, aunque se podía apreciar que era una fémina de unos treinta años. Sus ropajes parecían ser un manto nupcial y una especie de capucha en la cabeza.
La famosa fotografía, junto con la narración de los hechos protagonizados por Shira y Provand, fue publicada el 6 de diciembre de 1936 en el “Country Life”, y poco después en la revista norteamericana “Reader’s Digest”, no sin antes ser debidamente examinada por expertos, quienes aseguraron que la fotografía no había sido manipulada y que, por tanto, no se trataba de un fraude.
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Lady Dorothy Walpole, Vizcondesa Townshend (1686-1726), retratada por Jervas en 1715.
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Subsistía, sin embargo, una pregunta inquietante: ¿Quién era el fantasma que bajaba por aquella espléndida escalera de roble?
El espectro que pudieron observar los fotógrafos presuntamente correspondería a la señora Dorothy Walpole, hermana de sir Robert Walpole, considerado primer ministro de Inglaterra, que nació en 1686 y falleció en 1726.
Tras la muerte de Dorothy comenzaron a sucederse incidentes de naturaleza inexplicable en la mansión inglesa. Dueño y empleados de la villa, como el señor Tosland, Loftus o Harway, vivieron aterrados ante las apariciones de una joven. Una situación que llegó a provocar varias investigaciones policiales.
En los atestados que se realizaron tras las pesquisas quedaron registrados los testimonios. Descripciones que siempre coincidían en la vestimenta que portaba el espectro: ropas de tonalidades marrones. Y lo que es más sorprendente: todos los testigos afirmaban que se traba de Dorothy Walpole.
Durante el pasado siglo las apariciones de la “dama marrón” de Raynham Hall han disminuido, pero a pesar de ello los fenómenos continúan sucediéndose: extraños acontecimientos que tienen como aval la fotografía fantasmal más popular de la parapsicología y en la que a día de hoy, ningún análisis ha podido detectar fraude alguno.
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